No os voy a engañar. Cuando el estado de alarma nos golpeó a todos, por muy esperado que fuera, y la palabra confinamiento salió de la boca del presidente Sánchez, yo fui de los que pensé: “Bueno, al menos voy a tener un montón de tiempo para leer”. Y sólo de pensarlo, salivaba. Hice una selección de tres o cuatro libros (me cuesta leer uno solo a la vez) y me puse manos a la obra.
Pero las cosas no salieron (no están saliendo) como pensaba… A pesar de ayudar a los niños con las tareas, a pesar de tener que pasar más tiempo en la cola del supermercado que dentro comprando, a pesar de que hay que hacer las tareas de la casa, a pesar de que el teletrabajo de la librería, por la propia consideración del mismo en las extrañas vicisitudes por las que pasamos, no era precisamente abrumador… A pesar de todo ello, es cierto que tengo mucho tiempo para leer. Más que hace dos o tres semanas, seguro. Mucho más. Sin embargo, estoy leyendo menos. No sé si “bastante menos”, pero desde luego, sí “menos”.
¿Y por qué? ¿Soy el único? ¿El resto de la humanidad no sufre esta dolencia? Veo a Almudena Grandes decir, en un video grabado por ella misma, que no leía tanto desde sus adolescentes vacaciones veraniegas en casa de su abuelo. Algo así. Sin embargo, yo estoy leyendo menos. Pero ya me he acabado la 4ª temporada de “Fear Walking Dead”, hemos empezado a ver con los niños “El Ministerio del Tiempo” y vamos ya por el 16º episodio (2ª temporada).
Mi buen amigo Jesús me lo decía el otro día por whatsapp: le cuesta concentrarse. Empiezas a leer y a los dos minutos ya te has levantado a ponerte un café; a los cinco, consultas en el móvil las estadísticas de contagios y mortandades; a los diez vas al baño; a los catorce te llega un vídeo que no puedes dejar de ver… Y si pones La Sexta, con Ferreras y la música de thriller apocalíptico que subraya todo el programa de “Al rojo vivo” ya ni te cuento. No puedes apagar la tele. Es mejor no encenderla. Y así se pasa buena parte de la mañana, y buena parte de la tarde, y buena parte de la noche. De hecho, ahora mismo son las 19,47 y hoy todavía no he sido capaz de abrir un libro para sumergirme en él.
Ayer, leyendo el suplemento cultural del ABC, detecto que Jesús y yo no somos los únicos afectados. Andrea Levy, concejala de Cultura en el Ayuntamiento de Madrid, empieza su recomendación literaria para tiempos de cuarentena diciendo “Seamos realistas. Hasta los lectores empedernidos están encontrando dificultades para concentrarse en estos tiempos de incertidumbre…”. Y un poco más adelante, Gonzalo Suárez, el director de cine, nos cuenta que “el cúmulo de noticias reiteradas (y sombrías) me resta concentración”. Así pues, por lo menos ya somos cuatro los aquejados…
Pero eso no es ningún consuelo. La pregunta es la misma que llevo haciéndome desde el día tres o cuatro de encierro. ¿Por qué, teniendo más tiempo para leer, leo menos? ¿Por qué me desconcentro tanto? Pensemos que todos hemos dicho lo mismo: problemas de concentración. Esa es la palabra clave. Te sientas y la cabeza se va a otra parte, pasas páginas y apenas recuerdas unas palabras de lo que has leído…
Ayer a la tarde, creí dar con la respuesta. Para leer hay que estar relajados, contentos, felices… Y la verdad es que no lo estamos. Al menos, yo no lo estoy. Pero sigo intentándolo: relajarme, estar contento, ser feliz… y seguir leyendo.