Siempre fantaseas con la idea de verte rodeada de libros, al menos en mi caso, tener una casa grande, de altas paredes, forradas de estanterías y todas ellas repletas con hermosos volúmenes y escaleras de caracol adornadas con intrincados diseños en sus barandillas.
Recuerdo vivamente, los meses previos a los exámenes de la licenciatura que cursé en la Facultad de Derecho desde el año 92, cuando pasábamos todas las horas del día, durante los meses previos a los exámenes, estudiando en el Claustro de San Pedro Mártir, donde estaba situada la Biblioteca, cómo me distraía con el deambular de Jorge, el bibliotecario, quien recorría los pasillos del Claustro, cargado de libros y se perdía tras las puertas que daban acceso al mágico y misterioso mundo de los fondos bibliográficos.
Cuando terminé la carrera y durante los 20 años de ejercicio del derecho, que ahora veo tan lejano, visité, bien porque el trabajo lo requería o bien por mero placer, invitada por alguna de mis amistades, las entrañas de múltiples archivos y bibliotecas, anhelando pertenecer a ese insondable grupo que forman los libreros y los bibliotecarios, acercándome a ellos cuando compraba los libros en esta librería Hojablanca.
Así pasaba el tiempo, ente códigos, legajos, y durante un tiempo en la pequeña almoneda que con mi hermano abrimos, añorando algo que me hubiera gustado pero no había sido posible. Hasta el día que escuché, mientras leía relajadamente en mi cafetería habitual, que alguien había oído que otro decía que se escuchaba, que Hoja Blanca cerraba. Y diez minutos después, mientras esperaba entrar a sala, me encontré fantaseando con la posibilidad de hacerme con el negocio.
En una cena con amigos compartí mi sueño con ellos y mientras exponía el proyecto a todos se nos iluminaron las caras, imaginándonos tras el mostrador de la librería, con todas esas páginas a nuestra disposición. Y dicho y hecho. Bueno casi, pené un poco con la financiación, pero con la confianza en el proyecto, lo abandonamos todo y nos abandonamos a él; Víctor se fue despidiendo de sus clases, Rocío de sus turistas, Sergio de sus pinturas, y yo, de mi despacho. Y aquí estoy, preparada cada día rodeada de libros, de lectores y escritores, con mucha ilusión y una pasión compartida para abrirte cada días y para los próximos treinta años siguientes, las puertas de HOJABLANCA.